Por
Fernando Trujillo
Es la noche del 31 de octubre de 1963 en la
ciudad de Haddonfield en el estado de Illinois, Estados Unidos. Una comunidad
tranquila y normal como cualquier pueblo hasta esa noche.
Es la noche de Halloween, los niños salen a
pedir dulces disfrazados de sus monstruos favoritos, se escuchan risas y
canciones propias de la temporada.
Nosotros vemos una casa, el hogar de una típica
familia norteamericana, pero no somos nosotros o por lo menos no estamos solos.
Miramos a través de alguien, a lo largo de la
película lo llamamos La Forma o El Boogyman (el Coco en las tradiciones
hispanas), él y nosotros miramos a través de la ventana, una adolescente
norteamericana pasa un tiempo a solas con su novio aprovechando que sus padres
no están, la típica joven bien portada, de una familia tradicional
norteamericana, la chica modelo rompe las reglas esa noche, sus padres no están
y es Noche de Brujas.
El y nosotros observamos, nosotros somos El no lo olvidemos, las luces se apaga y
entramos a la cocina, agarramos un cuchillo, los espectadores somos cómplices y
testigos, sabemos lo que va a suceder y no podemos evitarlo.
El novio pasa a retirarse, se pone su playera
mientras baja la escalera, observamos cómo se despide y cierra la puerta.
Subimos las escaleras, todo es oscuridad,
sabemos lo que va a pasar y de algún modo no queremos ser partícipes pero
demasiado tarde. La Forma nos tiene
atrapados, nos obliga a participar…...y mirar.
Una máscara de payaso en el piso, la misma que
uso el novio como forma de broma con la chica, agarramos la máscara y nos la
ponemos. Ahora lo miramos todo a través de una máscara, El y nosotros vemos lo que sucede con la máscara puesta. No hay
marcha atrás. Entramos a una habitación, una chica desnuda se sorprende al
vernos, pronuncia un nombre, conoce al intruso, lo que sucede a continuación es
el inevitable horror, alzamos el cuchillo, la chica es apuñalada en el interior
de su hogar, vemos su cuerpo desnudo, sin vida sobre el piso.
El y nosotros nos retiramos de la habitación,
abrimos la puerta de salida, todo transcurre en silencio.
Una pareja, los padres de la joven pronuncian
un nombre, Michael es el nombre, el padre retira abruptamente la máscara, ya no
somos parte de Él, volvemos a la
seguridad de nuestros asientos, volvemos a ser nosotros y viene la aterradora
sorpresa.
La
Forma, el Boogyman, el asesino es un niño de seis años que permanece
inexpresivo ante nuestros ojos con un cuchillo con sangre en la mano. Su nombre
es Michael Myers y acaba de matar a su hermana Judith.
¿Por qué te describo una escena que seguramente
has visto muchas veces? Porque quería que sintieras lo que sintieron los
primeros asistentes que vieron la película Halloween
en aquel ya lejano 1978, quería que sintieras esa angustia, ese miedo que John
Carpenter nos obligó a experimentar la primera vez que vimos su película. Nos
puso en la piel del asesino, fuimos sus cómplices y sus testigos, por un
momento nosotros fuimos Michael Myers y eso nos asustó.
Halloween
es un filme ya icónico dentro
del subgénero slasher dentro del terror, subgénero que ha dado al cine de
terror grandes iconos, pero el primer Halloween
es posiblemente el mejor de toda la franquicia y por muchas razones.
La película está ambientada en la Noche de
Brujas en una ciudad tranquila de Estados Unidos pero no tiene una atmosfera
sobrenatural como las posteriores secuelas le atribuyeron, la acción se sitúa
en la noche de Halloween pero bien podría estar situada en el Día de Acción de
Gracias, En Navidad o Pascua sin embargo es en la noche de Halloween cuando
tradicionalmente los monstruos caminan por la noche y esa noche en especial es
que el monstruo que habitaba en el infante Michael Myers decidió salir a jugar.
¿Por qué digo que la acción podría haberse dado
en cualquier otro día? Porque erróneamente se cree que esta película es sobre
el Halloween en sí y no es así, es sobre la psicopatía, sobre el monstruo que
habita bajo el disfraz de humano y en esta película el monstruo es Michael
Myers.
Michael es un personaje fascinante, a lo largo
del filme se le llama La Forma o el Boogyman, incluso en los créditos así se
le llama. Su icónica mascara blanca sin ninguna expresión, con una apariencia
de total indiferencia y sus ojos negros que reflejan un vacío absoluto es la
máscara más aterradora y que mejor refleja un aspecto oscuro de la naturaleza
humana.
En los primeros minutos de la película deja
claro quién es Michael, su mismo psiquiatra el doctor Loomis pone las cartas
sobre el asunto frente a unos psiquiatras escépticos, Michael es un ser vacío
de todas las emociones humanas, es alguien que en su interior es pura maldad
pero no le creen, el niño que permanece silencio (permanece esperando) los ha
engañado.
Michael resulta enigmático, mucho más que sus
homónimos Freddy y Jason, ellos tienen un trasfondo pero no Michael, no sabemos
cuál fue el móvil para matar a su hermana, para perseguir a Laurie Strode y
matar adolescentes en la Noche de Brujas. No sabemos tampoco de donde viene su
gran fuerza, su resistencia a las balas y su implacable instinto por matar.
En secuelas posteriores se le intento dar
motivos como “La Maldición de Thorne” que involucraba una secta y las
festividades de Samhain, pero estas secuelas son demasiado malas y esta
explicación simplona.
El mismo John Carpenter se vio obligado a
escribir su segunda parte en donde ya aparecía la vinculación con la festividad
de Samhain y la explicación de que Laurie Strode era su hermana menor, un guion
con el que el mismo Carpenter no estuvo de acuerdo y solo lo realizo por
exigencias, después ya no tuvo nada que ver en las posteriores secuelas de la
saga de Michael Myers.
Rob Zombie trato de dar una explicación
psicológica en sus remakes de la saga, colocando la infancia de Michael como la
de un cliché de asesino serial, si bien la primera es una buena película, su
segunda resulta ser un videoclip mediocre tipo Mtv y ninguna supera a la
original de Carpenter.
Todas estas secuelas fallan porque lo más
terrorífico es que Michael no necesitaba un motivo para matar, ninguna
maldición sobrenatural, ningún parentesco, esa la falta de motivos y la falta
de explicación lo que resulta más aterrador.
Queremos darle una explicación a muchas de las
cosas que nos aterran ¿Por qué esos chicos acribillaron a sus compañeros de
clases? ¿Por qué un hombre común viola y asesina a una mujer en la calle? ¿Por
qué esa chica bonita de buena familia mato a su novio? Tener una explicación de
cualquier índole nos ayuda a querer racionalizar el terror, a querer
comprenderlo y sobre todo a buscar una razón para desvincularnos con los
perpetuadores de ese terror.
Porque queremos negar que como humanos somos
capaces de los peores actos, queremos negar que nuestra especie tiene una
oscuridad interior que nos ha empujado a cometer atrocidades a lo largo de
nuestra historia. Queremos negar nuestra oscuridad
“No se
puede matar al Boogeyman…” dicen
en algún momento de la película, no puedes porque nosotros somos La Forma o el Boogeyman, en el fondo nosotros también somos monstruos y estos
esperan el momento para resurgir.
Carpenter nos adentra en los primeros minutos
dentro de un psicópata y después lo vemos en una racha de asesinatos en la
Noche de Brujas, el monstruo ha escapado y asesina a los jóvenes americanos en
una noche que supuestamente debe ser divertida, la noche en la que el regresa a
casa.
Michael es un joven americano como aquellos a
los que asesina en ese primer filme, los persigue y los acuchilla por… ¿Existe
algún motivo? No, lo hace porque es el monstruo, el Boogeyman y esa es su naturaleza: el traer muerte y miedo.
El asesino portando la máscara inexpresiva es
el reflejo de la falta de empatía, de todo rasgo humano dejando solo el Mal, la
representación absoluta de la monstruosidad, acechando, esperando el momento.
Esta próxima noche de Samhain recuerda tener
cuidado con mirar a la oscuridad, te puede devolver la mirada.
Julio 2020
Publicado originalmente en Revista Levadura el 12 de septiembre de 2020
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